diumenge, 25 d’abril del 2010

LA CRIOLLA

La noche barcelonesa de principios de siglo

EL TEMPLO DE LA LUJURIA

La Criolla se convirtió en uno de los locales de ambiente más populares de Barcelona

Los clientes acudían allí en busca de sexo, drogas y alcohol



MARIA PETRUS

Montañas de basura. Ratas del tamaño de mi cabeza. Mujeres mal pintadas buscando turistas desorientados. Un borracho durmiendo en el suelo junto a su potado. Frailes descamisados con ganas de cometer algún pecado… Lo único que me transmitía algo de paz en la calle Cid era la luz roja que desprendía el cartel de La Criolla. Pero una noche más tenía que cumplir.

Dentro, como siempre, no cabía ni un alma. El olor a tigre comprimido tumbaba nada más entrar. La asquerosa música de feria chirriaba en mis oídos. La mala combinación de colores de la nueva decoración me daba dolor de cabeza: el dueño había tenido la genial idea de ambientar el local hawaianamente, cosa que no pintaba nada con la clientela que frecuentaba ese lugar.

Los marineros, junto a la barra, alzaban sus jarras y agarraban a las mujeres como si fueran jamones. Los bailarines aficionados se esforzaban en la pista por demostrar sus dotes de tango ante el personal. Sus parejas de baile, en cambio, se esforzaban por no ser pisoteadas o evitar cualquier caída aparatosa con tanto tambaleo. Los más intelectuales se agrupaban en las mesas debatiendo entre whisky, puros y mujeres, que les reían las gracias sin saber ni siquiera de qué hablaban. Lo único que tenía en común aquel personal era poder dejar de hacer por unas horas "lo correcto". Y ese era el lugar idóneo para hacerlo.

Llegué a la barra tras ser pisoteado, empujado e insultado unas cuantas veces. Este era otro de los encantos de La Criolla. Y los camareros también conocían este encanto: con esa fauna de clientela tenían que hacer malabarismos para que las copas llegaran enteras a su destinatario.

Sólo verme, la Rosi fue directa hacía mí. “¿Qué mierda traes hoy?”. Le di la morfina y se apoyó en una de aquellas palmeras que, en su día, tenía la única función de columna. Se chutó ahí en medio sin ningún reparo. Tampoco era necesario: todo el mundo podía hacer dentro lo que fuera no estaba permitido. El único límite que había dentro de La Criolla lo marcaba el tiempo.

0 comentaris:

Publica un comentari a l'entrada